En 1998, cuando Gillian Anderson posó para la portada de la desaparecida revista feminista Jane, ya había sido elegida como “la mujer más sexy del mundo” por los lectores de FHM. También había transcurrido poco tiempo desde que ganó un Globo de Oro y dos premios del Sindicato de Actores por su papel como la agente especial del FBI Dana Scully en Los expedientes secretos X.
Sin embargo, el día de la sesión, solo podía pensar en lo gorda que se sentía.
“Gran parte de mi juventud, en una época en la que podría —debería— haber sido tan feliz como se podría imaginar”, la pasó obsesionada con sus defectos, dijo. Ella relató su experiencia en su departamento temporal de Calgary, donde se encontraba rodando un western de época titulado The Abandons para Netflix.
“Sé por experiencia que cuando estás congelada por la vergüenza, experimentar placer es muy difícil”, añadió. “No hay ninguna rendija en la puerta por la que pueda pasar”.
Ahora, luego de décadas de trabajar para superar su propio autodesprecio, Anderson, de 56 años, explicó que quiere ayudar a evitar que otras personas sufran la presión de satisfacer las expectativas culturales sobre el aspecto, el pensamiento y el comportamiento de una mujer. Especialmente en lo que se refiere al sexo.
Y es que, aunque una sea la persona más sexy del mundo, puede sentirse poco sexy si está cohibida o avergonzada, dijo. Además, está convencida de que la incomodidad de muchas mujeres con su cuerpo y sus deseos las frena, tanto en la cama como en la vida.